El escritor nobel portugués José Saramago nos relata uno de los episodios más dramáticos de la historia de Badajoz.
Para la historia de la aviación. En Badajoz le han dado hoy nombre a una calle. El motivo, la causa, el pretexto, la razón o como quiera llamársele, tienen ya más de cincuenta años, y muy fuertes habrán sido para sobrevivir a los olvidos acumulados por dos generaciones, justificados éstos, en general, por el hecho de que la gente tiene más en qué pensar. No diré yo que los habitantes de Badajoz se tomaron este medio siglo y pico transmitiéndose unos a los otros el certificado de una deuda que un día tendría que ser pagada, lo que digo es que algún badajoceño escrupuloso debe de haber tenido un remordimiento más o menos en estos términos: "Muchos de los que hoy viven estarían muertos, otros no habrían llegado a nacer". Parecerá un enigma de la esfinge y en el fondo es sólo una historia de aviación. Hace cincuenta y tantos años, durante la guerra civil, un aviador republicano recibió la orden de bombardear Badajoz. Fue, sobrevoló la ciudad, miró hacia abajo. ¿Y qué vio cuando miró hacia abajo? vio gente, vio personas. ¿Qué hizo entonces el guerrillero? Desvió el avión y fue a soltar las bombas al campo. Cuando volvió a la base y dio cuenta del resultado de la misión, comunicó que le parecía haber matado una vaca. "¿Y Badajoz?", le preguntó el capitán. "Nada, allí había personas", respondió el piloto. "Bueno", dijo el superior, y, por imposible que parezca, el aviador no fue llevado a conejo de guerra... Ahora hay en Badajoz una calle con el nombre de un hombre que un día tuvo gente en la mira de sus bombas y pensó que ésa era justamente una buena razón para no soltarlas.
( Extraído de Fundação José Saramago Blog)